Desde niño utilicé aparatos de ortodoncia. Los odiaba con todo el corazón y por esta razón no me preocupaba ni de los aparatos ni del tratamiento. Descubrí cómo aflojar el tornillo que apretaban para que mis dientes se enderezaran, cosa que no sucedió.
Pasaron aproximadamente 14 años desde la última vez que utilicé esos aparatos venidos desde el mismísimo más allá. Aprendí a sonreír con mis dientes torcidos, no era la gran cosa tener una dentadura imperfecta, hasta que recibí mi radiografía dental hace dos semanas.
En ella vi que mis dientes torcidos apenas eran una parte de todo lo que sucedía. Raíces dentales totalmente desubicadas, dientes presionando a otros, un par de muelas en direcciones que deberían estar prohibidas para las muelas. Resulta que lo externo apenas era la exposición de un problema interno.
A veces llegan chicos a la iglesia y nos apresuramos a etiquetarlos: él es un coqueto, ella es una chica fácil, él es mal genio y borracho, ella no tiene amigos. Es lo externo, y a veces queremos corregir lo externo; queremos que el borracho deje de tomar y le quitamos la botella y le llenamos de actividades que le distraigan de su deseo de volver al vicio. Pero la botella, los gritos, el mal genio, la apatía son lo que se ve afuera, es adentro que algo está torcido.
Me di cuenta de eso en mi vida hace unos años. Peleaba con todo el mundo, gritaba, refunfuñaba, hacía malos gestos y decía malas palabras. El problema no estaba en esas expresiones, sino en ese dolor que tenía por dentro, ese miedo a ser lastimado, a que la gente se aproveche de mi, esa frustración de una vida que no se parecía a lo que imaginé. Fue necesaria una radiografía a mi vida para ver que estaba torcido por dentro.
Una vez que el dentista vio mi radiografía dijo que lo primero que había que hacer era alinear los dientes por dentro, lo que no se veía, y por un instante pensé “pero si no se ve, para qué lo van a enderezar” y en ese mismo momento entendí que si lo enderezaban por dentro, se corregiría afuera.
Por eso David decía:
Examina, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.
Él sabía que Dios tenía que intervenir adentro para que las cosas cambien totalmente.
Hay chicos que me dicen “mi mamá no me deja salir, habla con ella para que me de permiso” y he entendido que eso solo son los dientes por fuera, por dentro es desconfianza, es temor a que los hijos fallen, y es eso lo que hay que alinear. Hay chicos que no se quieren enamorar “porque están bien así” pero por dentro es una decepción, una traición, es miedo que necesita ser corregido.
El cambio es de adentro hacia fuera. Deja que Dios haga una radiografía en tu vida