Los últimos meses me han preguntado sobre los cambios que deberían darse en las iglesias para que parezcan más iglesias, entendiéndola como el conjunto de personas que se reúne a celebrar y compartir su fe. He brindado varias ideas, alternativas, opciones. Hemos evaluado la posibilidad de cambiar formatos, estilos, pero nunca se me ocurrió algo que lo aprendí hace un mes en Cuenca.
A veces lo que primero queremos cambiar es al líder porque pensamos que no es como debería ser. Todos desean tener líderes rockstar, que se aproxime más a un director de alabanza o predicador extranjero que a un joven o adulto como nosotros. Y pensamos «si tuviéramos otro líder entonces las cosas serían distintas».
Luego miramos a los músicos. Pensamos «si tuviéramos una banda que suene mejor entonces serían las cosas distintas». Invertimos en instrumentos musicales, consolas, amplificadores, ecualizadores, interfaces, monitores, y aunque suena diferente y más profesional, aún algo falta.
Miramos alrededor: el lugar en el que nos reunimos y pensamos «Si tuviésemos otro lugar más chévere entonces todo sería distinto». Pedimos permiso al pastor y empezamos a pintar y decorar el lugar. Afiches, gigantografías, luces, colores diferentes, y sí, junto al líder carismático, el sonido espectacular y el lugar cautivador tenemos algo muy cercano a un show con el que pensamos que la gente se va a enganchar. Y se enganchan… por unas semanas.
Entonces pasa toda la locura y aún algo falta. Ya renovamos al líder, los equipos, el lugar, y entonces nos damos cuenta que tenemos que mirar al espejo y recordar que nosotros somos la iglesia y que los cambios nacen en nosotros.
En Cuenca me llevé una grata sorpresa. Llegué a una reunión de jóvenes en marzo y en lugar de llamarme Hermano Jimmy, pastor Jimmy, reverendo Jimmy, Siervo del Altísimo y demás, me dijeron Ñaño Jimmy… ¿Ñaño? ¡Sí, ñaño!
En Ecuador utilizamos esta palabra para referirnos a los hermanos. Y entonces me di cuenta que algo tan sencillo crea un sentido de familia. ¿Por qué utilizamos «hermano» en la iglesia? Me di cuenta que un cambio tan pequeño genera una conexión tan grande. Cambiar un estándar por una palabra que genera un sentido de familia repercute positivamente en saber que no llegas a una iglesia, sino que eres parte de una.