Hay situaciones en la vida que son injustas, que no deben suceder, que lastiman, y si no nos suceden a nosotros, lo están viviendo otros. Que nosotros tengamos una vida de paz y calma, no significa que el mundo sea así. La injusticia es una regla en la vida, y no nos damos cuenta hasta que la vivimos.
Escribo indignado, pues me acabo de enterar que en Ecuador, un joven fue condenado a 19 años de prisión por un crimen que no cometió, en el que se confabularon jueces, testigos e historias para culpar a un inocente. Y en momentos así, es inevitable pensar dónde está Dios cuando esto sucede.
Obviamente, Dios está presente, pero no siempre está en el dictamen del jurado, sino en el proceso que está trabajando en los corazones. Paciencia, calma, paz, esperanza, fe, se desarrollan en nosotros en la dificultad.
Nuestra justicia está lejos de la justicia de Dios
Podemos enojarnos, llorar e indignarnos ante la injusticia, también podemos alzar la voz y pelear porque Jesús buscó justicia para quienes la necesitaban. Lo que no podemos hacer es pensar que mi justicia es lo único que importa. Pedimos ayuda cuando la necesitamos, pero cuando estamos bien, no nos importa el sufrimiento del otro, y eso es injusto también.
Dentro de esta situación, siempre es bueno volver a la Biblia y encontrarnos con palabras que nos recuerdan quién es nuestro Dios. A pesar de que nada tenga sentido en circunstancias difíciles, podemos descansar en que Dios cuida de nosotros; aunque parezca que él no está, realmente está.
El SEÑOR salva a los justos,
les da fuerza en los momentos difíciles.
El SEÑOR los ayuda y los salva del peligro.
Él los protege de los perversos
porque han buscado refugio en él.Salmo 37:39-40