Si tuvieras que escoger entre una suculenta hamburguesa con papas fritas y un plato de lechugas, ¿qué elegirías?.
En la una esquina está aquella grasosienta y colesterólica hamburguesa: deliciosa, tapa arterias pero sabrosa, junto a aquellas doradas papas fritas que son más aceite que tubérculo, y un buen vaso de gaseosa repleto de azúcar; y en la otra esquina está la verde y nutritiva lechuga, sin grasa, sin aceite, sin calorías perjudiciales, son hojas y hojas de nutrientes que quieren ingresar a tu organismo. ¿Hamburguesa o lechuga?
Daniel, el personaje bíblico, tuvo una decisión así de difícil. Su país había sido conquistado por el rey Nabucodonosor, alias Nabu, y fue llevado como prisionero, una suerte de prisionero con ventaja, pues su «castigo» sería educarse con los mejores del reino, aprender la lengua de los caldeos (así se llamaban), su cultura, religión, literatura, arte, todo. Lo único que debía hacer era ser el mejor para ser evaluado por el rey y ser seleccionado para servirle en la corte.
Daniel era muy inteligente, seguro lo lograría pero ¡oh sorpresa! La comida que le ofrecieron a Daniel no era su menú habitual, incluso era ofensivo en su cultura, y él propuso no contaminarse. Pidió que en lugar de la suculenta hamburguesa le diesen de comer lechuga… ¡lechuga! No pidió no estudiar, no pidió no aprender la cultura ni el idioma, no reclamó tener que aprender sobre Nietszche en la universidad, sólo pidió que su menú fuese diferente: lechuga.
Su decisión fue recompensada, pues en apenas diez días se veía mucho más fuerte que los otros chicos que eligieron el McNabu doble con queso. Una decisión pequeña que definió su futuro.
Hay muchas cosas que no podemos cambiar, pero lo que te alimenta sí puedes elegirlo. ¿Qué comes diariamente? ¿Conversaciones basura, chistes ofensivos, televisión sin sentido? ¿Qué lees? ¿Qué miras en Youtube?
Esto es Lechuga – Parte I