Así como una selfie es un respaldo de lo vivido, también podría convertirse en la herramienta principal del culto a ti mismo, en el que tu templo son tus perfiles en redes sociales, tú eres tu dios y los likes que recibes son tu ofrenda.
Lo que antes era privado ahora es público. Lo que antes mirábamos en un álbum de fotos junto a la familia ahora se expone diariamente en las redes sociales. En pocas, somos los protagonistas de un reality show casero.
Nos hemos convertido en pequeños dioses que necesitan ser alabados por el sushi que comen, por las vacaciones que tienen, por las compras que realizan.
No estoy en contra de compartir en las redes sociales, yo también lo hago, sino en contra del exceso de búsqueda de atención, como gritando «hola, aquí estoy, mírame un rato».
Las selfies son una expresión de este culto a mí mismo porque no publicas cualquier selfie, sino aquella que muestre lo que quieres mostrar. En una sales fea, en otra sales narizón. Ese culto a tí mismo te obliga a mostrar cierta parte de ti para que otros la admiren.
¿Podrías renunciar a los comentarios y reacciones de la gente cuando publicas una foto? ¿Podrías renunciar a la adoración que recibes en las redes sociales?
¿Estarías dispuesto a derribar tu altar del ego y poner a Dios en el lugar que le corresponde?
No tendrás dioses ajenos delante de mí. Éxodo 20:3 (Versión Reina Valera)