Soledad. Siempre asociamos esa palabra a algo negativo, doloroso y triste.
Durante algunos momentos en mi vida he podido descubrir que la soledad llega como un balde de agua helada, que aunque te causa sorpresa, es capaz de lavarte, hacerte fuerte, despertarte, construirte.
La soledad no destruye quien eres, más bien ayuda a definirte y conocerte de verdad.
Si hoy al despertar te sentiste triste por que no tienes pareja, no te apresures. Siéntate en silencio, escúchate, esos momentos son solo tuyos. Puedes consentirte. La soledad puede hacerte comprender que es importante aprender a complacer tu corazón antes de intentar conocer el de alguien más.
Si hoy te levantas y sientes que no tienes a quien recurrir por que tus “amigos” se fueron cuando empezaste a “ser diferente”, respira, da gracias por que puedes fortalecerte a ti misma y no tienes que caminar con gente desleal. A Jesús también lo abandonaron sus amigos, pero eso no hizo que no hiciera lo que vino a hacer.
La soledad no es una maldición o algo que te clasifica entre las “personas difíciles”. Toma los momentos de soledad como instantes de crecimiento, de claridad. A veces las multitudes pueden entorpecer los pasos.
Estar solo puede dar buenos resultados.
¿No fue María que estando sola recibió la noticia de que tendría un bebé? ¿No fue Juan que estando exiliado fue usado por Dios para mostrarle sus revelaciones? ¿No fue Jesús que en su oración en el monte pudo derramar y entender su propio corazón?
No confundas el estar sola con sentirte sola, la soledad te ayudará a ser tu misma. No dejes que la presencia de las personas o la falta de ella condicione tu corazón y quien eres.
No estas sola, te tienes.
No estas sola, me tienes a mi.
No estas sola, tienes a Dios