En mi país hay una expresión que se refiere a alguien que está ganando o generando mucho dinero y es «está haciendo plata».
Hay muchas maneras de hacer plata: un local de comidas, un supermercado, una iglesia (tristemente algunos hacer mucho billete con los feligreses), entre otros negocios que generan dinero.
En Mateo 26 hay una oportunidad de negocio increíble, pero en esta ocasión, no era una buena idea.
Jesús estaba en el pueblo de Betania, en casa de Simón, el que había tenido lepra.
Mientras Jesús comía, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro. La mujer se acercó a Jesús y derramó el perfume sobre su cabeza.
Los discípulos se enojaron y dijeron:
—¡Qué desperdicio! Ese perfume pudo haberse vendido, y con el dinero hubiéramos ayudado a muchos pobres.
Me parece demasiado curioso que la mujer de la que habla este verso prefirió entregarle a Jesús aquello tan valioso que tenía, en lugar de hacer un buen dinero para una buena causa como lo sugirieron los discípulos. Hoy en la mañana cuando escuché este verso en la iglesia fue un ¡boom! en la cabeza y en el corazón.
De vez en cuando mis metas se miden en dólares, de manera que no hago cosas porque no me darían dinero. Quisiera hacer tanto por el mundo pero, al no conseguir financiamiento, prefiero no hacer nada. Plop.
Esta mujer hizo lo que nunca hubiese pensado hacer: Darle lo más valioso de mí a Jesús por el hecho de hacerlo y punto, sin recompensas ni retribuciones. Yo no le he dado a Jesús lo más valioso de mi porque he pensado que podría ser un mal negocio, porque no se mide en dólares, porque no me da algo a cambio.
Hoy me di cuenta que, aunque la idea de los discípulos era buena, no era la correcta. Mi talento no es para hacer dinero y darles a los pobres, mi talento es para agradecer a Dios por lo que él ha hecho. Si eso me trae algo a cambio, que bueno; si no lo hace, igual. El fin de adorar a Dios es que él reciba de mí lo que yo recibí de él.
Para mí es complicado, pero bueno, algún día debía empezar.