Hay que ser muy caradura para cortarle la oreja a alguien frente a Jesús. Así era Pedro.
Hay que ser muy caretuco para pedir que caiga fuego del cielo y consuma a tus enemigos. Así eran Santiago y Juan, los hijos del trueno.
Hay que ser muy cuadrado para pensar que Jesús dejó afuera a los rebeldes, si en su equipo tenía varios.
Siempre fui inquieto y eso era una amenaza para el sistema que te quiere sentado, callado, quieto, inmóvil. Ni la iglesia, ni la escuela o el colegio estaban listos para alguien que no se demoraba tanto en las cosas, que procuraba aprender de manera práctica y que cuestionaba lo que aprendía. Muchos pensaron que yo era maleducado o rebelde. Resulta que era diferente, y rebelde también.
Consideramos rebeldes a quienes no se amoldan a lo establecido, a quienes tienen un criterio diferente, a quienes hacen las cosas de otra manera. Nos sentimos amenazados por ellos y llegamos a pensar que traerán el desorden a nuestras geométricas y convencionales vidas. Nos aterrorizamos por un poco de color en nuestra vida gris. A Jesús un rebelde no le molestaba.
Jesús llama a su escuadrón a un sanguíneo, hablador como ninguno, apurado, precipitado, violento, por poco guerrillero: Simón, a quien llamó Pedro. Yo se que tú querida mamá, querido estudiante, estimado líder elegirías al niño bien, al que hace en diciembre de niño dios, o a la niña que se disfraza de estrellita de navidad, pero Jesús elige al otro, al que está tras bastidores, el que va hasta los puñetes por defenderte. Sí, a ese alterado lo elige. Su ímpetu era necesario, sólo era cuestión de tiempo.
Sigue caminando y se encuentra con dos hermanos a quienes, por su temperamento y explosividad llama los hijos del trueno. Imagínate: si te dijera que eran los hijos del suspiro sabrías que eran apacibles; si les llamara los hijos de la brisa te imaginarías dos hermanitos dóciles, amigables, pero ponte a pensar cómo eran para llamarlos Los hijos del trueno. Y Jesús no los deja fuera a ellos tampoco, rayos, ¡los rebeldes eran los favoritos de Jesús!
Avancemos un poco en los relatos bíblicos, te encontrarás con un defensor de la fe hasta la muerte, Saulo era su nombre. Era tan celoso de la fe que encarcelaba a quienes no vivían de acuerdo a la ley de Moisés. Un atentado habría sido fácil de planificar, una desaparición misteriosa, un exilio o un secuestro, pero el rebelde Saulo estaba en los planes de Jesús. ¡¿Por qué me persigues?! Le dice el maestro y lo confronta. Días después este sanguinario se convierte en el misionero más influyente en la historia del cristianismo, por cierto, le cambiaron su nombre: Pablo que significa hombre de humildad.
Jesús eligió a los rebeldes, no los evitaba ni los eliminaba del mapa. Les dedicó tiempo suficiente para conocerlos, si él mismo les creó, ¡cómo no sabría que serían útiles en su reino! En lugar de sentirse amenazado por un iracundo Pedro que podía ser la manzana podrida que dañaría a las demás, se dedica a caminar con él y ayudarle a crecer. Aún tres años después Pedro seguía siendo violento, aún así Jesús no lo descartó, ni a mi, ni a ti.
Si no fuera por la labor de Dios con aquellos que no pensaban igual, aún muchos lugares no tendrían el evangelio. Si no fuera por aquellos que dijeron Voy, hagamos, pienso que, cambiemos, transformemos, aún muchas cosas seguirían como estaban. Lutero mismo fue un rebelde.
Jesús fue rebelde frente a la injusticia, al dolor, a la falta de amor. No se conformó con lo que había. No está mal ser rebelde, nosotros también tenemos una oportunidad con Dios.
Pedro, Pablo, Santiago, Juan, un manojo de rebeldes. No quedan fuera por no ser educaditos, o por no quedarse sentados callados, al contrario, son parte del escuadrón de los 12. Algo tenían que el Maestro decide confiarles la más grande de las misiones: llevar su mensaje hasta el fin del mundo y ellos no lo defraudan. Jesús eligió a los rebeldes.