No se si te ha pasado esta situación: Vas caminando por el centro comercial con tus amigos, riendo, conversando. De repente tu mirada cambia, tu rostro se tensiona, miras hacia otro lado. Tu amigos se dan cuenta y te preguntan «¿Que pasa?» Tu respuesta: Ahí está mi ex.
Caminas por la calle, con tus amigos anteriores. Miras a alguien al otro lado del camino, tus ojos se encienden con ira e impotencia. Te preguntan: ¿Que te pasa?. A unos metros está tu profe de Matemáticas, aquel que hizo que repitas el año escolar, ese engendro perteneciente al lago Ness. No haces nada, tu corazón late con urgencia.
Llegas a casa, tu padre está allí. Te molesta tanto su presencia. No puedes hacer nada al respecto. Te molestas y te encierras en tu dormitorio. Así aparece Goliat.
Goliat aparece como ese dolor que escondes tras una sonrisa, como esa frustración porque no eres quien quisiste ser. Aparece como un recuerdo, como una preocupación. Puede ser un temor o una historia fallida de amor.
Goliat está en la ciudad, no quiere eliminarte, quiere hacer infeliz tu estadía en la tierra. Eso es ser un muerto en vida. David tuvo dos opciones: Resignarse a ser un desgraciado bajo la sombra de Goliat cada día de su vida o pelear contra él. En su caso la pelea duró un par de minutos. En nuestro caso quizá tome días, meses o años. Pero vale la pena.
Goliat está esperando por ti afuera de tu casa, dentro de tu dormitorio, en la esquina de tu barrio.
Yo ya compré un par de guantes de box, un bate de béisbol y una cámara fotográfica. Ese tipo se verá bien en el piso después de un par de rounds.
Si tienes temor de perder, mira a tus espaldas, el entrenador de David está contigo. Es como Mickey para Rocky, como el Sr. Miyagi para Daniel San, como Shaggy para Scooby.
Tu pelea final empieza ahora.