Desde niña escuché a mí alrededor tratar a mi pensamiento con un tono negativo, como si al calificarme de feminista me estuvieran marginando del cristianismo, como si al defender mis derechos estuviera recorriendo un camino contrario al que Cristo transitó.
Mis principios y creencias han tenido siempre la misma base, Cristo; por lo que a lo largo de mi niñez, adolescencia y juventud me ha conflictuado caminar los pasillos de casas, iglesias, colegios e instituciones en los que he observado inconsistencias e inequidad frente a la mujer.
Se escucha en la actualidad, constantemente, un rechazo de muchos grupos sociales y entidades hacia el feminismo, porque se cree que el movimiento es oposición al machismo, que busca instaurar el matriarcado, que incita al libertinaje o que simplemente una feminista es aquella que odia a los hombres.
Lo cierto es que el feminismo no es único, es un movimiento que cambia, que tiene muchas posiciones pero que todas buscan lo mismo: igualdad de derechos y obligaciones para hombres y mujeres (si tienes duda puedes consultar a la RAE). El feminismo cambia porque aunque en la actualidad la mujer tiene, según la norma, los mismos derechos (en unos lugares más que otros), la visión que se tiene de la mujer no ha cambiado plenamente. Aún escuchamos con demasiada frecuencia: “los hombres no lloran”, “lloras como una niña”, “te comportas como mujer”, “las mujeres deben ser delicadas y sensibles”, “eres una marimacha”.
Cuando era una adolescente me preguntaba: ¿En qué punto se encuentra Cristo con el feminismo? ¿Es Dios machista? Y de estas muchas más preguntas similares. Lo que impulsaba mis cuestionamientos era escuchar, observar y experimentar la postura de la Iglesia frente a la mujer. Me dolía y me llenaba de coraje saber que estaba rodeada de grandes mujeres, de mujeres fuertes, de mujeres inteligentes, de mujeres que servían más que como un adorno para el pastor o para cuidar niños y que no eran valoradas ni tomadas en cuenta, sus voces no importaban sino para lo que aquellos hombres en la Iglesia consideraban provechoso.
Cristo era feminista porque entre sus discípulos habían mujeres, porque tenía amigas como María y Marta, porque en todo momento busco dignificar a la mujer sin importar la circunstancia, como la mujer adúltera o la mujer con flujo de sangre, porque el mensaje de su resurrección fue encargado como primicia a una mujer. Cristo levantó a la mujer, le dio su lugar y fue parte de su ministerio.
Ahora me pregunto, sabiendo que la figura de la “mujer” es simplemente un conjunto de convenciones sociales a través de las cuales identificamos a alguien como una persona coqueta, amable, delicada, sensible, cariñosa, etcétera, y que es sencillamente una construcción social; y que, Cristo vino a amarnos a todos por igual, a dar a la mujer y al hombre las mismas oportunidades, el mismo perdón, la misma valía. ¿Por qué mantenemos la posición absurda en la que las mujeres no son reconocidas en la iglesia sino para la obra social, cuidar niños o cantar en el coro? ¿Por qué no se toma en cuenta su voz y su potencial?
Creo en el cristianismo humanista, en ese Cristo que vino por todos, no solo por un género, creo en el Cristo que escucha, acepta y utiliza a cualquier ser humano sin importar su condición. No es cuestión de feminismo, es cuestión de finalmente darle a cada mujer el puesto que le corresponde y a la Iglesia de aceptar que sus construcciones sociales estaban basadas en lo que un montón de hombres decidieron sin consultar al resto de su congregación.