¡Que importantes y poderosas son las palabras de una madre!
La influencia de nuestras madres es increíblemente insondable, mucho más de lo que nos imaginamos. Crecemos, aún en una sociedad en la que la madre es el pilar fundamental de la familia, aunque muchas veces es casi invisible para el sistema. Ella cría, forma y transmite a sus hijos gran parte de la información y aprendizajes que utilizarán en sus vidas.
Y, aunque no le damos mucha importancia a lo que muchas veces nuestras madres transmiten y lo que manifiestan de ellas y respecto de otros, todo esto terminará siendo parte de nosotros, porque por muy machista que suene pensar que las madres son quienes influyen en gran parte de nuestra educación y formación como mujeres, esa es nuestra realidad.
Lo cierto es que aun vivimos en un mundo en el que la madre está la mayor parte del tiempo involucrada con mayor fuerza que el padre en la vida de los hijas (especialmente) e hijos y de la familia, y que los hijos tenemos un especial apego a lo que ellas nos enseñan respecto de nuestro modelo de mujer.
¿Quién no ha oído a su madre decir que está gorda, que las arrugas le sientan mal, que la forma en la que se ve tiene que cambiar constantemente, o que a aquella amiga el tiempo le ha arruinado?
Si nuestras madres entendieran que la lengua realmente guarda un gran poder (Proverbios 18:21), muchas cosas cambiarían, no tendríamos tantos problemas en la forma en la que terminamos apreciándonos, aprenderíamos a amarnos y amar más. Nuestra forma de ver al ser humano sería más como nos ve Dios que como nos ve esta sociedad, nos veríamos con menos errores.
Nacemos amándonos, no conocemos lo que es el rechazo, el rechazo a nuestro cuerpos, a nuestras “fallas”, a nuestras diferencias, simplemente nacemos sin imaginarnos que quizá muchas de nosotras llegaremos incluso hasta odiar lo que somos. Mamá, no espero que te sientas culpable ni responsable de esto, solo espero que como mujeres aprendamos a amarnos, para que quienes caminan a nuestro lado y quienes vienen atrás nuestro no sigan el mismo camino de muchas que vivieron una vida sin conocer lo que era aceptarse por lo grandiosas que son.
Evitemos que nuestras hijas e hijos valoren negativamente el exterior de sus cuerpos y de los de otros, que aprendan a vivir menos intentando cambiar como se ven y busquen resaltar lo que son. Si Cristo nos amó a todos como somos porque fuimos creados perfectos, ¿por qué insistimos en odiar las diferencias y fomentar la manera de alabar una perfección retorcida?
Que tus palabras levanten y edifiquen a tus hijos, no dejes que tus palabras los lleven a verse como seres humanos llenos de peros que arreglar y fallas que destruir, dales el amor que merecen y que merecen poder sentir. Ámate para que ellos también puedan amarse bien.