Alguna vez fui pequeño, lindo, cachetón, blanquito, guapo, atlético y gordito. Me gustaba mucho correr, saltar, moverme y mi mamá acostumbraba decirme «Cuidado te caes».
Yo le decía que no me iba a caer y ella decía cosas como «el piso está mojado» o «no corras» pero confiado en mis musculosas piernas le decía «no me voy a caer». Y pum, me caía. Y pum mi mamá me aplicaba el amor muscular diciendo «¡te dije que te estés quieto!». Pum
Mi amigo Gio (siempre lo menciono) en una ocasión me dijo que debo caminar como si estuviese en el borde de un abismo, por una razón: Si camino en el borde del abismo, voy a cuidar cada paso que doy, evitando equivocarme para no caerme. Podría resbalar, pero caminar así me ayudará a no caer por ingenuo.
Algunos de mis amigos cristianos no creen en esa hipótesis y caminan en la vida como si no corriesen el riesgo de caer, son demasiado santos como para ser un poco pecadores, como yo. Para ellos, nuestro querido Pablo escribió esto:
Por eso, que nadie se sienta seguro de que no va a pecar, pues puede ser el primero en hacerlo.
-Pablo a la gente de Corinto.
Es un gran error creerse tan santo como para no pecar. Tampoco podemos caminar pensando que todo es pecaminoso. La idea es saber que esta vida es como un gran pasillo jabonoso: Si no caminas con cuidado, te caes.
Y para que te acompañe en este camino resbaloso, te comparto este verso de David:
Dios mío,
¡enséñame a hacer el bien!
¡Llévame por el buen camino!
Si estás dando pasos equivocados, recuerda lo que decía mi mamá: ¡Cuidado te caes!