No creo ser un fan de los cómics, aunque me declaro devoto del humor de Quino, Liniers, Tute, Landrú, pero las películas basadas en cómics como Batman, sobretodo la última de la trilogía de Christopher Nolan me puso a pensar.
En la última trilogía de Batman vemos un superhéroe con conflictos internos, que quiere dejar de ser Batman por el amor de una mujer; que deja de ser Batman durante 6 años por mantener la mentira de Scarface. Me parece interesante porque me sucede lo mismo en la vida cristiana. ¿A qué me refiero?
Muchos tenemos un llamado, una misión, propósitos por cumplir (como Batman) pero rehusamos de ellos porque nos impiden conseguir algunas cosas (como a Batman), y vivimos en la lucha de ser o no ser lo que debemos, de hacer o no lo que nos corresponde. Queremos dejar ahí todo porque «ella» nos prometió que estaríamos juntos cuando dejemos la capa para siempre. Cada quién sabrá quién o qué es su «ella». Sea como sea, a Batman no lo hace su capa sino su misión.
Tras 6 largos años Batman regresa. Recibe una puñetiza in-cre-í-ble (Puñetiza= Acción de golpear a alguien hasta por los pecados aún no cometidos). Y después de eso decide prepararse. No tiene de otra, no es cualquiera, es Batman. Aunque deje la capa colgada, aunque renuncie a la máscara, aunque venda el Batimovil en MercadoLibre o en Amazon, no es Batman por lo que tiene, sino por un llamado que se lleva en el corazón. Y puede morir así, pero esa espina nunca lo dejaría en paz, porque tenía un plan que cumplir.
Sólo me queda decir: I’m Batman.