¡Que difícil es avanzar cuando ya no tenemos una motivación!
Te propones una meta, tienes tantas expectativas. Quizá lo haces porque siempre lo soñaste, por impresionar a alguien, porque te dará un rédito económico o te brindará satisfacción. Tenemos muchas motivaciones en nuestro corazón.
Empiezas un proyecto, tienes tantas ideas y sueños, pero en medio camino, pierdes la motivación. Quizá era una persona, una recompensa. Pensamos «para qué seguir, si ya no tiene sentido». Dejamos el gimnasio, los estudios, el trabajo, el plan de ahorro, el tiempo de conversar con Dios.
Un jefe que se lleva el crédito de tu trabajo; un profesor que hace tan aburrida la clase que preferirías no haberla tomado; un líder que presiona tanto y ha logrado desanimarte en lo que hacías, sea cual sea el caso, en la vida no siempre estaremos motivados a seguir, o a dar lo mejor de nosotros.
No se trata de recibir likes, regalos, palabras bonitas, aumentos de salario. Cuando nuestra motivación está en personas o situaciones que pueden variar, entonces también nuestras intenciones pueden variar.
Otro error que cometemos es conectar nuestra motivación con nuestras emociones. Es el típico caso de si quiero, hago, sino, no lo haré. Las responsabilidades de nuestra vida no deben estar conectadas a algo tan fluctuante como nuestro sentir diario.
Necesitamos hacer lo que debemos aunque no haya motivación
En una sociedad de gratificaciones inmediatas, necesitamos más perseverancia que mimos y palabras de afirmación. No podemos estar conectados a lo que dicen los demás, ni a los comentarios, ni a la ausencia de retribuciones. Debemos avanzar en lo que nos han encomendado en medio de cualquier circunstancia.
No te desanimes, que yo soy tu Dios.
Isaías 41:10